La iglesia de planta hexagonal de Reyðarfjörður. |
Eskifjörður visto desde Mjóeyri. |
La tumba de Eirikur Porlaksson. |
Las cinco casitas de Mjóeyri, el edificio principal (rojo) y, en la punta, el minúsculo faro amarillo. |
La punta de Mjóeyri clavada en la bocana del Eskifjörður. Más allá, el Reyðarfjörður penetra unos cuantos kilómetros tierra adentro y, al fondo, la montaña de Kollufjall (1.126 metros). |
Ya que las entradas anteriores aludían de refilón al Berufjörður (por la leyenda de Bera) y al Reyðarfjörður (por la factoría de aluminio Fjardáal), dedicaremos las tres siguientes entradas a algunos fiordos del este -Seyðisfjördður, Eskifjörður, Reyðarfjörður y Berufjörður- empezando por el segundo de ellos.
Eskifjörður es un pequeño ramal del Reyðarfjörður. Éste último tiene unos treinta y dos kilómetros de longitud mientras que, por el flanco norte, Eskifjörður apenas penetra cuatro kilómetros entre las montañas.
Casi en la boca misma del Eskifjörður, en su ribera norte, una barra pedregosa se clava en el agua como una punta de flecha. Este lugar, llamado Mjóeyri, está ocupado por un conjunto de alojamientos turísticos singular y muy atractivo por varias razones.
Tras las casitas de madera de Mjóeyri, en una minúscula campera, está la tumba de Eirikur Porlaksson, el último ciudadano ajusticiado en esta parte de Islandia. Fue decapitado en 1786. Dos años antes, por primavera, durante el angustioso tiempo que siguió a la explosión del volcán Laki, tres jóvenes se encontraban casualmente en el Stoðvarfjörður, algo más al sur. Uno de ellos, con veintiún años de edad, era Eirikur Porlaksson, dicen que embustero y ladrón. Jón Sveinsson acababa de cumplir veinte y Gunnsteinn Árnarsson dieciocho. Los tres habían vivido una infancia difícil y ahora carecían de oficio y ocupación. Merodeaban durante aquellas semanas por el condado de Austur-Skaftafellssýsla, uno de los veintitrés en que se divide el país y que ocupa el territorio al sur de los fiordos y al pie del glaciar Vatnajökull. Una mañana en que rondaban por las proximidades del Berufjörður tras haber dormido en una choza, echaron a andar a través de las granjas y subieron por el flanco del pico Naphorn con intención de cavar y extraer algunas raíces de angélica para alimentarse. Jón no se encontraba a gusto y buscaba el momento oportuno para dejar la compañía de los otros. Pero cuando trató de abandonarlos, Eirikur se dio cuenta, lo mantuvo junto a sí, lo condujo a la zona de los acantilados y allí lo mató sin que Gunnsteinn hiciera nada por evitarlo.
Eirikur y Gunnsteinn pasaron la siguiente noche durmiendo junto al cadáver y luego continuaron viaje. Otro día, ya más al norte, fueron detenidos por haber robado unas ovejas. Sufrieron un leve castigo pero no despertaron mayores sospechas. Continuaron por allí durante algunas semanas hasta que llegó la noticia de que Jón había desaparecido. Detenidos nuevamente e Interrogados en la iglesia de Eydalir, Eirikur afirmó que lo habían perdido de vista, enfermo y desesperado, en un lugar entre Streiti y Núpur. Pero Gunnsteinn, por su parte, le dijo al cura que Jón estaba muerto y añadió que el cuerpo aparecería entre las peñas de Naphorn. Dos meses después de los hechos, con mucho esfuerzo, alguien llegó al lugar y encontró el cadáver. Estaba medio corrompido pero mostraba indicios de que algo turbio había en todo el asunto.
En el proceso celebrado en Eydalir el 3 de septiembre de 1784, hubo una completa confesión por parte de ambos sospechosos. Gunnsteinn fue sentenciado a largo tiempo de trabajos forzados como cómplice y encubridor y Eirkur fue condenado a muerte. Terminando el invierno de 1785, Gunnsteinn falleció debido a la dureza de la prisión de Eskifjörður. Eirikur Porlaksson fue decapitado en Mjóeyri en el otoño de 1786, en el mismo lugar donde enterraron su cuerpo sin ceremonias.
Pasamos los días 21 y 22 de julio de 2010 en la casita de Mjóeyri más próxima a la punta de la barra de arena, con la tumba de Eirikur justamente detrás. A medianoche del segundo día, uno de nosotros paseaba ensimismado a la orilla del agua, otro cazoleaba en la cocina y un tercero dormía en el piso alto. Mientras tanto, el cuarto se afanaba, caña en mano, lanzando la cucharilla (streamer) a las tranquilas y ya oscurecidas aguas del fiordo. Había pescado un bacalao y dos carboneras cuando, inesperadamente, empezó a gritar como un poseso triturando la serenidad de la noche. Acudimos todos como flechas y aún algunos pudieron ver el fenómeno causante de tanto alboroto. Una ballena enorme, como todas, acababa de pasar por delante del pescador, a unos treinta metros de distancia. El interminable y prieto lomo aún emergió varias veces más antes de perderse de vista camino al mar abierto.
El que dormía, quien esto escribe, no llegó a ver el prodigio y, además, corrió el riesgo de partirse la crisma al lanzarse desde la cama a la escalerilla de bajada.
Recomendamos con entusiasmo el alojamiento en Mjóeyri. El lugar es sorprendente, cómodo y magníficamente situado como base de operaciones para el área de Egilsstaðir y los fiordos próximos. Los dueños del hostal se dedican también a la organización de viajes de exploración y aventura. Las casitas son espaciosas, con baño completo, cocina y electrodomésticos y dos habitaciones en la zona abuhardillada además de un gran sofá cama en la planta baja. Y la chica que lo regenta, encantadora, veranea en Alicante desde hace años.
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