"Los puffins dominan el mundo".
Al fratercula arctica (hermanito o frailecito del ártico) le llaman lundi en Islandia, puffin en Gran Bretaña, macareux en Francia, papagaio do mar en Portugal y flairín en Asturias. Así, flairín, no frailín. Es una de las aves que provocan más simpatía entre los humanos, seguramente por sus colores, que también le han valido sobrenombres como loro de mar o payaso del océano. Es lo que tiene caer en gracia. Ya quisieran cuervos, urracas, cornejas y grajos inspirar la misma simpatía y no el mal agüero. Hemos establecido las desigualdades sociales en todos los reinos y especies.
Durante nuestra estancia anterior en la isla (1996), en los acantilados de Dýrholaey anidaban miles de frailecillos. Estas aves siempre fabrican sus madrigueras en acantilados desde donde se pueden lanzar al vacío y tomar velocidad rápidamente con su aleteo frenético de cuatrocientas batidas por minuto. Penetran mar adentro y son capaces de atrapar más de una docena de pequeños peces de una vez con su pico, que es también una perforadora muy eficaz para cavar bajo tierra.
Durante el mes de julio de 2010 no vimos ningún flairín ni en Dýrholaey ni en toda la costa sur. No hemos logrado saber por qué no estaban. ¿Les falta alimento debido a la sobrepesca? ¿Les afecta el cambio del clima? ¿Fue la ceniza del volcán Eyjafjalla la que los echó de allí? Días después, en la bahía de Húsavík y más tarde en Egilsstadir, encontramos un coche que llevaba un mensaje escrito en su carrocería: Los puffins gobiernan el mundo. Ellos sabrán lo que hacen. Nosotros... está claro que no.
Por fin, el 16 de julio, encontramos frailecilllos a millares en la isla Grímsey.
En el Eyjafjördur, treinta y cuatro kilómetros al norte de Akureyri, está el pueblo pesquero de Dalvík. En verano, el Ferry Saefari zarpa desde allí todos los lunes, miércoles y viernes a las 9:00 y arriba a la isla Grímsey a las 12:00. A las 16:00 emprende el regreso a Dalvík, de manera que hay cuatro horas disponibles para explorar la isla. Pero como es tan pequeña, en ese espacio de tiempo es posible recorrerla desde el puerto en Sandvík hasta la punta de Fótarklappir, en el extremo norte, doblar hacia los acantilados del este y regresar atravesando el interior por el alto de Ljúflingshóll.
Haciendo el primer tramo de este paseo por la costa oeste, a partir de la bahía Básavík y en los acantilados de Stóra Skarð, encontramos flairines a millares. Entre ellos descubrimos también y fotografiamos algún ejemplar de Alca Torda –que pertenece a la misma familia de los alcidae- y alguna gaviota ártica, aunque éstas dominaban en exclusiva los farallones de la costa este.
Además de las aves, en Grímsey viven unas cien personas, todas en Sandvík. Dicen que la línea del Círculo Polar Ártico –el Heimskautsbaugur en islandés- pasa por medio de la cama del cura párroco, pero no es cierto. El Ártico empieza en el paralelo 66º 33' 43'' Norte, que atraviesa la isla más o menos donde termina la pista de tierra del aeródromo. De ahí hacia el polo, en el solsticio de verano, el disco solar se observa durante las veinticuatro horas. Esta es una de las muchas razones para acudir aquí.
Los vecinos del lugar son muy pocos pero al visitante le proporcionan todo lo que necesita: buna compañía, comer, ducharse, dormir, comprar comida, artesanías o regalos y hasta obtener un certificado acreditativo de su estancia en el casquete polar. El certificado lo expide y firma Stella Gunnarsdöttir, que además vende artesanías en una pequeña tienda, en el mismo puerto. Esta chica no exige pruebas del paso por el paralelo 66º 33’ 43”; se fía de lo que le dicen sus clientes. Para una completa acreditación, el turista debe hacerse una foto junto al poste metálico que, más allá de las instalaciones del aeródromo, indica la orientación de las principales ciudades del mundo. Conviene, no obstante, que quisquillosos y neuróticos avancen un pasito más al norte de ese poste porque la línea del Ártico, debido a los movimientos de precesión, nutación y el bamboleo de Chandler que ejecuta la Tierra, va cambiando de posición. No vaya a ser que …
Se me olvidaba añadir que el viaje en el Ferry Saefari solo cuesta unos cuarenta euros por persona, ida y vuelta. Si las condiciones atmosféricas lo permiten, es conveniente subir a cubierta por si la fortuna permitiera avistar alguna ballena. Y si en cubierta hace un frío que pela, en los butacones del interior se puede echar un sueñecito muy gratificante.
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