Con la bella cascada de Seljalandsfoss como fondo, una Angelica Archangelica, la flor emblemática de Islandia. |
El primer asentamiento humano en la isla ocurrió en el año 874. El Landnámabók (Libro de los Colonizadores) recoge minuciosamente el establecimiento de diversas familias escandinavas durante los siglos IX y X. En el siglo XII, Ari Þorgilson compiló y dejó escritos para la posteridad todos los datos.
El manuscrito afirma que el vikingo Naddoðr, en busca de las Islas Feroe, perdió el rumbo y llegó accidentalmente a Islandia, pero no permaneció en el país.
Poco después, el sueco Garðarr Svavarsson también arribó por accidente. Circunnavegó el territorio, confirmó que se trataba de una isla, pasó un invierno en Húsavík y se fue.
Tras él llegó Flóki Vilgerðarson, sabedor de que existía la tierra que Svavarsson había bautizado como Garðarshólmi o Islote de Garðar. Tampoco quiso quedarse en la tierra que él renombró como Ísland o País de los Hielos.
Más tarde vino Ingólfur Arnarson con su gente. Desembarcó en el sur y luego navegó hacia el oeste para establecerse definitivamente en el lugar que llamó Reykja Vík (Humeante Bahía).
Corría el año 874 DC y así empezó la historia de Islandia.
Arribamos nosotros por segunda vez a Islandia el tres de julio de 2010. Unos días después, en la catedral luterana de Reykjavík, la Hallgrímskirkja, asistimos al concierto de una magnífica coral. Nos conmovió escuchar la Lofsöngur (Canción de la Oración). Su letra se debe a Matthías Jochumsson y la música a Sveinbjörn Sveinbjörnsson. La composición data de 1874, año en que se celebró el 1000 aniversario de la colonización. Por aquellos días ocurría la tremenda erupción en Askjá.
Quizá más que ningún otro lugar del mundo, la lejana Islandia, construida de lava, rasgada de suroeste a nordeste y con un rosario de cámaras de magma presionando cerca de la superficie, evidencia la fragilidad, la levedad. En otra entrada de este mismo blog recogíamos unas palabras de Michael Crichton: Si mañana desaparecemos, la tierra no nos echará de menos. El poema musicado de la Lofsöngur, hoy Himno de Islandia, abunda en esta misma idea. Al contrario de tantos estúpidos himnos nacionales que amasan la idea del dios propio y exclusivo, del orgullo de raza y el ardor guerrero, la Lofsöngur reza a un dios cósmico, al desconocido motor del universo y de la vida y describe los mil años de presencia humana en Islandia como una pequeña flor, una efímera flor en la eternidad, en cuyos pétalos tiembla una lágrima mientras reza a ese dios universal y muere.
Ó, guð vors lands! Ó, lands vors guð!
Vér lofum þitt heilaga, heilaga nafn!
Úr sólkerfum himnanna hnýta þér krans
þínir herskarar, tímanna safn.
Fyrir þér er einn dagur sem þúsund ár,
og þúsund ár dagur, ei meir;
eitt eilífðar smáblóm með titrandi tár,
sem tilbiður guð sinn og deyr.
Íslands þúsund ár,
Íslands þúsund ár!
eitt eilífðar smáblóm með titrandi tár,
sem tilbiður guð sinn og deyr.
¡Oh, Dios de nuestra tierra! ¡Oh, de nuestra tierra Señor!
Veneramos tu santo, santo nombre.
Todos los soles de los cielos componen tu corona
y son tus legiones las eras del tiempo
porque para ti un día es igual que mil años
y mil años son solamente un día;
una humilde flor en Tu eternidad, con una trémula lágrima,
que reza a su Dios y muere.
¡Mil años de Islandia!
¡Mil años de Islandia!
Una pequeña flor en la eternidad que llora una lágrima,
reza a su Dios y muere.
Vér lofum þitt heilaga, heilaga nafn!
Úr sólkerfum himnanna hnýta þér krans
þínir herskarar, tímanna safn.
Fyrir þér er einn dagur sem þúsund ár,
og þúsund ár dagur, ei meir;
eitt eilífðar smáblóm með titrandi tár,
sem tilbiður guð sinn og deyr.
Íslands þúsund ár,
Íslands þúsund ár!
eitt eilífðar smáblóm með titrandi tár,
sem tilbiður guð sinn og deyr.
¡Oh, Dios de nuestra tierra! ¡Oh, de nuestra tierra Señor!
Veneramos tu santo, santo nombre.
Todos los soles de los cielos componen tu corona
y son tus legiones las eras del tiempo
porque para ti un día es igual que mil años
y mil años son solamente un día;
una humilde flor en Tu eternidad, con una trémula lágrima,
que reza a su Dios y muere.
¡Mil años de Islandia!
¡Mil años de Islandia!
Una pequeña flor en la eternidad que llora una lágrima,
reza a su Dios y muere.
La metáfora de la pequeña flor y la trémula lágrima alude a los mil años de la nación islandesa pero también a la propia isla, cuyos fiordos dibujan pétalos, y acaso al gran glaciar Vatnajökull con sus lagos interiores y las fuerzas telúricas que se agitan y pugnan bajo el peso de los hielos. Esas fuerzas que dieron origen a la tierra más joven de mundo y cuya amenaza pende en todo momento sobre los islandeses que en más de una ocasión, durante esos efímeros mil años -Hekla 1004, Katla 1755, Laki 1783, Askjá 1875-, sufrieron hambrunas y mortandad y se vieron forzados a abandonar el país, a veces masivamente.
La flor más representativa de Islandia es la omnipresente angelica archangelica de la que hablamos en la entrada dedicada a ÓDÁÐAHRAUN. (El forajido Eyvindur logró sobrevivir a un terrible inverno en Odáðahraun ayudado por las raíces de la angelica).
En la foto que acompaña a esta entrada, tomada el 24 de julio de 2010, la angelica florece ante la cascada de Seljalandsfoss.
En la foto que acompaña a esta entrada, tomada el 24 de julio de 2010, la angelica florece ante la cascada de Seljalandsfoss.
En el encabezamiento de esta entrada tenéis dos buenas versiones de la Lofsöngur.
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