martes, 14 de septiembre de 2010

NI FISKUR NI HONRA

Junto al puerto de Reykjavík, en una tienda de la calle Mýrargata o muy cerca, nos atendió un joven islandés, licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca. Charlamos con él de fútbol, de lo mucho que había cambiado la ciudad en los últimos años, del nuevo gobierno de Jóhanna Sigurðardóttir … y también de pesca.
A uno de nosotros, Castor, lo bautizaron con un nombre premonitorio porque la mayor parte de su vida la pasó en el río. Es experimentado y reconocido en los ambientes trucheros leoneses pero, en su natural modestia, mientras charlábamos con el filólogo, no lo dio a entender. Y el amigo islandés debió imaginarse que, en asuntos de peces, éramos noveles e inexpertos. Quizá por eso nos recomendó ir a una pequeña laguna, a sólo 40 kilómetros de la capital.
A la mañana siguiente tomamos la N1 y, justamente antes entrar al túnel que pasa bajo el Hvalfjörður hacia la orilla norte, continuamos por la carretera 47 que bordea el fiordo. Poco después llegamos a una bahía que llaman Mjoiós, junto a la granja de Hvammsvík. En las proximidades desemboca un río llamado Laxá. En Islandia más de un río lleva ese nombre cuya pronunciación es como un grito de sursum corda para los pescadores, ya que laxá significa salmón. Hay también allí un hotelito con su campo de golf y una albufera donde se puede pescar truchas pagando una módica cantidad.




Cae la tarde. Últimos intentos en la laguna de Hvammsvík.
 
Nos presentamos en la caseta de información. La joven que la atendía hablaba correctamente islandés e inglés. Nosotros dominamos el asturiano y el castellano pero hablamos el inglés as the american indians, o sea, para defendernos, como los comanches en las películas del oeste.
Vio la muchacha que Castor llevaba consigo los aparejos de pesca –comprados días antes en Akureyri-, por lo que no ofreció los que ella tenía para alquilar. Se limitó a entregarnos una tarjeta con varios epígrafes que debía cumplimentar el cliente. El texto estaba en islandés, es decir, era críptico total. En la parte inferior, bajo el rótulo FISKUR, había cinco cuadraditos numerados del 1 al 5. Sabíamos, merced a nuestras visitas a los supermercados, que fiskur significa pez, de manera que pusimos una cruz en el cuadro de la derecha. ¡Cinco peces! ¡El máximo autorizado! ¡Qué menos para unos pescadores de León!
Después de abonar las 5.800 coronas que la moza nos pidió, le preguntamos:
- What´s the smallest allowed size?
- Not less of 500 grams –respondió.

Bajamos a la orilla del agua donde Castor puso manos a la obra. Desconocedor de las características físicas y biológicas del lugar, observó durante un momento a la docena de pescadores allí ocupada, se alejó discretamente y, en la ribera opuesta, decidió probar utilizando ninfa red tag como cebo.
Durante los minutos siguientes fue llegando más gente, parejas muy jóvenes, con tres o cuatro hijos. (Actualmente en Islandia las familias son muy prolíficas). En total llegamos a ser unos treinta.
Al cabo de dos horas, al cebo de Castor no se había acercado ni un solo pez mientras que algunos infantes habían atrapado piezas de kilo y medio a dos kilos.




En la laguna de Hvammsvík pescan familias muy jóvenes.  
 
No encontrando atractivo alguno en el asunto, los tres acólitos que no pescábamos decidimos dejar a Castor faenando y hacer una excursión hasta la cascada Glymur, la más alta de Islandia, que está muy cerca de aquí. (Ver entrada dedicada a GLYMUR).


El agua que rebosa del lago Hvalvatn se pulveriza al despeñarse por Glymur, la más alta cascada de Islandia.
 
Al cabo de tres horas regresamos de la cascada para comprobar, desolados, cómo el botín de Castor se reducía a un solo pez que, además, no alcanzaba el tamaño mínimo recomendado.
Comimos en silencio, a la orilla del agua, y el pescador, afectado en su amor propio, enseguida volvió a lanzar mientras yo me iba a recorrer los alrededores de la bahía, a disfrutar observando y escuchando a la infinidad de alborotadores ejemplares de chorlito dorado común, a asomarme a los acantilados cuajados de gaviotas y, finalmente, a recorrer la playa y a descubrir, entre las piedras y las algas que la marea en retroceso había dejado por allí, las pelotas de golf extraviadas por los jugadores del campo vecino. En menos de una hora capturé dos Bridgestone 6+, dos Top Flite XL y tres Penn 2.




... disfrutando en la bahía de Mjoiós con el canto del alborotador chorlito dorado común...
 
Hacia las seis de la tarde, cuando la marea había bajado hasta su mínimo nivel y el sol se deslizaba ya por encima del Ártico, regresé al lago y encontré a Castor ciertamente abatido. La legión de niños se había ido llevando consigo, al parecer, unos buenos ejemplares de salmo trutta y, a la sazón, en nuestra cesta permanecía solitaria la pieza de 200 gramos. Pero, al menos y aunque tarde, Castor había dado con la explicación.
Resulta que el lago está comunicado con el fiordo a través de una tubería de gran calibre, enterrada y en forma de sifón. Cuando arribamos por la mañana, el nivel del agua acababa de superar la boca del sifón y, mientras la marea continuó subiendo, ninguno de nosotros descubrió que por aquel lugar entraba continuamente desde el fiordo un buen caudal cargado de apetitosos nutrientes. Las truchas acudían allí y los niños pescaban exitosamente alrededor, utilizando como cebo cualquier tipo de vianda. Sólo por la tarde, una vez que las familias levantaron el vuelo y el nivel descendió lo suficiente, emergió la boca del sifón y quedó desvelado el misterio.




El pececillo de 200 graamos.
 
Pero esto no fue todo. Faltaba el peor episodio.
Habíamos observado que todos los pescadores pasaban por la caseta de control antes de irse, de modo que nos dispusimos a rendir cuentas. El importe abonado por la mañana se nos antojaba excesivo para tan exiguo botín. No llevábamos suficiente pescado para la cena y acudir a un restaurante, por sencillo que fuese, nos iba a costar otro tanto. La compañera de Castor llevaba un rato rumiando acerca del asunto. Teniendo en cuenta que allí sólo pescaban familias numerosas, había llegado a la conclusión de que fiskur quizá no significase pez sino pescador, y que la cantidad que habíamos pagado correspondía a cinco licencias para cinco cañas y no para cinco peces. Insistió de tal manera, con tal tesón y porfía, que nos vimos obligados a pasar por las horcas caudinas y hacer un humillante ridículo.
Llegados al mostrador, mostramos la tarjeta a la muchacha y preguntamos:
- Excuse me, … what it means fiskur: fish or fisherman?
- Fishes, of course –respondió la moza mientras dirigía la mirada a nuestra cesta y aguardaba a que los aguerridos y expertos pescadores leoneses sacaran a la luz su botín.
Pusimos sobre el mostrador la pieza de 200 gramos. La joven tomó a la criatura en sus manos, la miró, nos miró a nosotros, miró hacia la cesta e inquirió con un expresivo gesto aguardando a que le enseñásemos el resto de capturas. Los lentos, los terriblemente lentos segundos que transcurrieron y nuestra expresión acobardada la hicieron comprender que en la cesta no había más peces. Entonces me pareció observar que contenía la risa.
- Thank you; bye, bye –nos despedimos dispuestos a salir pitando cuando ella añadió.
- Bless, bless! Ah! Any day, until December 31, you can complete five fish that you have bought. Do you understand?
- Sí, gracias. Cualquier día, antes del 31 de diciembre, volveremos desde España para capturar los cuatro peces que nos faltan –respondimos en perfecto castellano.



En la primera de las casitas pasamos por las horcas caudinas.
 
Menos mal que la selección española de fútbol acababa de conseguir la Copa del Mundo en Sudáfrica y toda Islandia lo había visto y celebrado.




Nuestra casa en el 37 de la calle Laugavegur de Reykjavík: por la noche cenamos pierna de cordero islandés y celebramos el triunfo de la selección española de fútbol en el Mundial de Sudáfrica. La honra quedaba repuesta.
 

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