jueves, 9 de septiembre de 2010

EL DESIERTO DE KJALHRAUN Y EL OASIS DE HVERAVELLIR



Géiser en Hveravellir, el oasis a medio camino de la pìsta F35.
 

La línea roja (click para agrandar) señala el recorrido de la pista 35 entre la cascada Gullfoss (al sur) y la N1 en Bólstaðarhlið.
 
El campo de fuentes hirvientes de Hveravellir. Al fondo, lenguas del glaciar Langjökull.
 
La soledad del desierto de Kjalhraun: campos de lava, viento helado y, a lo lejos, se acerca un autobús de línea regular que opera en verano.


De vez en cuando nos cruzamos en la F35 con algún vehículo poderoso. Así ... cualquiera.


A lo lejos, la lengua Blöndujökull en el extremo oeste del gran glaciar Hofsjökull.
 
Pozo de baño en Hveravellir.

El pozo caliente de Hveravellir.


Gotas de agua suspendidas en el chorro de vapor de una fumarola.

En el oasis de Hveravellir los chorros de vapor flamean desde el primer plano hasta lo alto de la colina y los arroyos corren por todas partes.


Géiser dormido.
 

Dis piedras de lava entre rejas recuerdan a los forajidos Eyvindur y Halla, que pasaron algunos inviernos en este oasis.


La entrada de este blog del 27 de agosto se refería a la travesía interior de la isla por el valle de Kaldidalur y a la pista F550 conocida entre los ciclistas y otros viajeros intrépidos como ruta de los principiantes.
Vivida esta primera experiencia, el siguiente escalón para el explorador de la Islandia interior es la pista 35. Esta ruta atraviesa el país desde el área del sudoeste -que los operadores turísticos denominan Gullni Hringurinn o Círculo Dorado: Þinvellir, Gullfoss, Geysir)- hasta los fiordos del norte.



La distancia entre Reykjavík y Akureyri es más o menos la misma, del orden de 400 km., tanto si se utiliza la excelente y segura carretera N1 como si se atraviesan las tierras altas e inhóspitas por la 35. Aún más: el trayecto por la N1, amén de tutelado y confortable, es unos veinticinco kilómetros más corto, dicho lo cual, los viajeros comodones o pusilánimes que se dirijan al norte en automóvil, optarán por él.
En cuanto a los demás…no se arrepentirán de elegir la F35.
Los casi 100 kilómetros entre Gullfoss y los altos de Kjölur son los únicos realmente duros. Hay trechos con un firme donde abunda la grava gruesa o el pedregal o las molestas cicatrices transversales que dejan las orugas tras reparar la vía a las puertas del verano. Hay también algún largo tramo cuesta arriba como las rampas de Granunes, tras las que se alcanza el nivel de los 700 metros en el desierto de Kjalhraun. En contrapartida, hay refugios de emergencia localizables cada 15 o 20 kilómetros. Todos los ríos tienen puente. En Kjölur hay estación de servicio y el paraje de Hveravellir es a la vez oasis y balneario. De aquí en adelante casi todo es descenso. En fin, que la dureza de la travesía, para los cicloturistas, estriba en el riesgo de pinchazos y reventones, en lo imprevisible y cambiante de las condiciones atmosféricas, en la polvareda que levanta algún automovilista poco piadoso y en ese puñetero viento, a veces muy fuerte, que sopla en todas las direcciones menos por popa. Pero todo esto los ciclistas ya lo saben. En cuanto al automovilista, si el vehículo es todo-terreno, aun el más sencillo, no hay problema alguno.



Unos treinta kilómetros más arriba de Gullfoss, la pista pasa por el flanco oeste del Bláfell, el Monte Azul, de 1.204 metros, que tiene forma aplanada en lo alto y doble cumbre, como tantas otras montañas originadas por una erupción en épocas glaciales, cuando el territorio estaba cubierto por una enorme masa de hielo. Justo tras rebasar el monte Bláfell, la pista atraviesa la corriente del Hvitá, el poderoso río que se despeña en la cascada Gullfoss. Nace aquí mismo, en el flanco norte de la pista, en el lago Hvítárvatn, que está al pie del gran glaciar Langjökull. La inclusión del término hvitá (blanco) en estos topónimos de debe al aspecto lechoso del agua de origen glaciar.
Unos diez kilómetros más adelante hay un refugio y zona de acampada. Un desvío de unos 6 kilómetros a mano izquierda lleva a Hvitarnes, donde quedan trazas de una granja abandonada tras la erupción del Hekla en 1104. En el refugio de Hvitarnes dicen que se refugia el fantasma de una joven que murió congelada durante una tormenta de nieve.
El siguiente refugio está en Granunes, dieciocho kilómetros pista adelante, en la zona de pastos previa a los altos desérticos, al gran campo de lava de Kjalhraun.
La subida desde Granunes es dura para los que pedalean, pero si el día es limpio y soleado, el panorama es magnífico a medida que el viajero se acerca Kjölur. En lo alto de la meseta conviene hacer una parada y disfrutar del panorama en medio de los grandes glaciares, el Langjökull (Glaciar Largo) al oeste y el Hofsjökull (Mares de Hielo) al este. Ellos son, tras el Vatnajökull, las dos mayores masas de hielo de Islandia. Y, entre ambos, la sobrecogedora soledad del Kjalhraun, el desierto formado por diez kilómetros cúbicos de lava que abarca 180 kilómetros cuadrados y fue originado por una erupción ocurrida hace 8000 años.


Kjölur no es exactamente el fin del páramo, pero todo cambia de ahora en adelante. El terreno bascula por aquí hacia la cuenca norte de la isla. Cerca están las fuentes del río Blanda y el oasis de Hveravellir (Vellir = arroyos y Hvera = Géiseres).



Las viejas sagas islandesas citan una arcaica ruta que comunicó el sur y el norte de la isla por estos derroteros. Al oeste de la F35 aún quedan amontonamientos de piedras que fueron mojones de aquella antigua vía llamada Kjalvegur. Durante el terrible siglo XVIII, punto álgido de la llamada pequeña glaciación, murieron varias personas sorprendidas por tormentas de nieve y, a consecuencia de ello, la vía dejó de usarse hasta bien entrado el XIX.
En el área de las fuentes termales de Hveravellir hay un monumento en recuerdo de la pareja legendaria de la que trata la entrada del 3 de junio de 2010, titulada ÓDÁÐAHRAUN, HERÐUBREIÐ Y ASKJA, que incluye la leyenda de Eyvindur y Fjalla. Ellos lograron sobrevivir a alguno de aquellos terribles inviernos en este oasis. Prisioneros de la libertad, reza una placa homenaje a la memoria de Eyvindur Jónsson, nacido en 1714, y de Halla Jónsdóttir, nacida en 1710, fugitivos en los páramos inhóspitos durante muchos años, aquí cerca tuvieron uno de sus refugios.



De Hveravellir en adelante, la pista desciende por el flanco oeste del río Blanda, por el Auðkúluheiði, otro escenario de las grandes obras hidroeléctricas construidas durante las últmas décadas. Desde el mirador de Áfangafell, algo más abajo del refugio de Afangi (unos 30 km. después de Hveravellir) se domina un extenso panorama. La planta generadora del Blanda está instalada bajo una bóveda a 200 metros de profundidad a la que se accede mediante un ascensor o por una larguísima galería. La compañía Landsvirkjun asegura que, para compensar la pérdida de vegetación causada por los embalses, recuperó 3000 hectáreas de terreno estéril y se ocupa de fertilizarlo y mantenerlo desde 1981.



La pista mejora notablemente de aquí en adelante y aboca a la N1 en Bólstaðarhlið. Tan solo veinte kilómetros al este, casi en la cabecera del Skagafjörður, Varmahlið es un buen centro de operaciones para descansar y visitar unos cuantos monumentos de arquitectura tradicional islandesa y de gran interés etnográfico. Hablamos de ellos en la siguiente entrada.




 

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