sábado, 11 de septiembre de 2010

LA SINIESTRA LEYENDA DEL HÖRGÁRDALUR



Anochecer en el Eyjafjördur.
 

Una de las granjas en el valle del Hörgá.
 
Al fondo, el valle de Hörgardalur fotografiado desde la desembocadura del Hörgá en el Eyjafjördur.




La noche en el fiordo. Fotografía tomada en la granja-museo de Laufás (Eyjafjördur).
  

Djákninn á Myrká (El diácono de Myrká), grabado de Théodore Meyer-Heine incluido en Leyendas Islandesas recolectadas por  Jón Arnason. Richard Bentley, Londres, 1864.

Tras la visita al Museo Etnográfico de Skagarfjörður en Glaumbaer, si el viajero continúa hacia Akureyri por la N1, subirá a los altos de Öxnadalsheidi para dejarse caer luego por el valle de Öxnadalur, patria de Jónas Hallgrímsson, poeta y padre del romanticismo en Islandia.
A mitad del descenso, el río Öxnadalur se rinde al Hörgá que a su vez, pocos kilómetros más abajo, desemboca en el Eyjafjörður, el mayor fiordo de Islandia. Öxnadalur y Hörgárdalur son dos valles preciosos, flanqueados por altas montañas donde la nieve es perpetua, el agua abundante, hay muchas horas de sol en verano y las praderas son feraces. 
En el valle del Hörgá hay un lugar llamado Myrká. El río y la granja de Myrká fueron escenario de uno de los sucesos más tenebrosos que recuerda la rica tradición islandesa.
Hace mucho, mucho tiempo, hubo un diácono en Myrká de cuyo nombre nadie se acuerda. Su prometida, Guðrún, vivía en la granja de Baegisá, algo alejada y en el flanco opuesto del río.

Faltando una semana para la Navidad, el diácono montó en su caballo Faxi y fue a visitar a Guðrún para invitarla a pasar la fiesta en Myrká. Acordaron que él volvería en Nochebuena a  recogerla. En el camino de vuelta, cuando cruzaba el congelado cauce del Hörgá, no se apercibió de que la temperatura era alta y de que el río se estaba deshelando. Entonces, bajo los cascos de Faxi, se abrió una grieta y ocurrió una desgracia.
A la mañana siguiente, un granjero de la vecindad encontró a Faxi empapado y tembloroso, lo reconoció y, temiendo lo peor, se puso a buscar al diácono. Lo descubrió entre las peñas del río, muerto, con una horrible herida que un trozo de hielo le había hecho en la nuca. Corrió a dar aviso en Myrká. Vinieron a buscarlo y lo enterraron.
Como el Hörgá era infranqueable, nadie pudo llevarle a Gúðrun la tremenda noticia.
Llegada la víspera de Navidad hacía mucho frío, el río se había congelado de nuevo y Guðrún esperaba impaciente a que su novio viniera a buscarla.
Pasaban las horas. Se hacía tarde. De repente, sonó un aldabonazo. Otra de las mujeres de la casa salió y no encontró a nadie. Era una noche de fogonazos porque la luna llena tan pronto brillaba fuertemente como se escondía detrás de unas nubes muy densas. Guðrún estaba segura de que tenía que haber alguien fuera, alguien a quien ella estaba esperando. Sin pensarlo más, cogió el abrigo y salió a la calle. Ni siquiera le dio tiempo a ponerse el tabardo por completo. Un brazo le quedó fuera de la manga. Allí estaba Faxi y, a su lado, la silueta de un hombre que a la fuerza tenía que ser el diácono.
Sin mediar palabra, él la ayudó a montar a caballo, tomó las riendas y emprendió la marcha. Ninguno de los dos abrió la boca hasta que, al saltar sobre una loma, cuando las nubes se apartaron de la luna para seguir su rumbo errante, el sombrero del diácono se movió y Guðrún pudo verle la nuca. Entonces el hombre dijo algo muy extraño:

Máninn lídur
daudinn rídur;
sérdu ekki hvítan blett
í hnakka mínum,
Garún, Garún?

La luna resbala,
la muerte resbala,
¿no ves la forma blanca
en mi nuca,
Garún, Garún?

Guðrún, completamente aturdida, permaneció en silencio.
Cuando llegaron a Myrká, el diácono volvió a hablar:

Bíddu hérna, Garún, Garún,
medan eg flyt hann Faxa, Faxa,
upp fyrir garda, garda.

Espera aquí, Garún, Garún,
mientras llevo a Faxi
fuera de la cerca del cementerio.

Su novio la llamaba Garún y ella no dejaba de preguntarse por qué. De pronto recordó que un fantasma no puede pronunciar el nombre de Dios, que en islandés se dice Guð. Sospechó horrorizada que él no podía llamarla Guðrún y que por eso la llamaba Garún. Su novio estaba muerto. Lo comprendió todo, definitivamente, al descubrir ante ella una tumba abierta. Aterrorizada se lanzó a voltear las campanas de la iglesia y entonces el fantasma la agarró por detrás para arrastrarla consigo a la tumba. Afortunadamente la cogió por la manga vacía del abrigo y tiró tan fuerte que arrancó el paño cayendo con él a la fosa. El montón de tierra embarrada que había a la orilla se desmoronó encima y lo sepultó. Mientras tanto, Gúðrun continuó volteando las campanas hasta que los vecinos llegaron a ayudarla y le hicieron saber lo ocurrido días antes en el río Hörgá.
La joven pasó la noche en Myrká y el diácono volvió a salir de su tumba para acosarla. Nadie en la granja durmió tranquilo durante las dos semanas siguientes. El diácono seguía persiguiéndola y ella no podía quedar a solas.
Por fin decidieron llamar a un brujo que vivía en el Skagafjördur, el fiordo vecino por el oeste, para que la liberara. El brujo llegó a Myrká, buscó una peña grande, la arrancó, aguardó la noche y, cuando el diácono salía de su tumba, le echó la piedra encima. A partir de entonces  descansó en paz, pero Guðrún se volvió loca.
En el cementerio de la granja de Myrká aún puede verse la peña.










1 comentario:

  1. O.O Interesante leyenda! Cualquiera se volvería loca con algo así! Wahhh miedo! X3
    Y por cierto, qué hermosisimas fotos, qué envidia! Quisiera un dia ir a lugares asi de bellos! * . *
    Saludos desde México.

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