El magma y los gases que hay bajo la corteza de la tierra se aprovechan de las zonas más débiles de la capa exterior, la litosfera, para romperla y alcanzar la superficie. Las debilidades de la litosfera están, sobre todo, en las fronteras entre las placas tectónicas y ahí es donde tiene lugar el vulcanismo.
Cuando el magma y los gases alcanzan la superficie, originan diversas formas geológicas o estructuras conocidas como volcanes.
La habitual imagen que tenemos de un volcán es la del monte Fujiyama, es decir, una estructura cónica con un agujero o cráter en la cúspide por donde salen cenizas, vapor, gases, rocas fundidas y fragmentos sólidos habitualmente explosivos. Pero los volcanes de este tipo no son muy comunes. No llegan ni al uno por ciento.
Al menos un ochenta por ciento del vulcanismo ocurre a través de prolongadas fisuras abiertas en la corteza de la tierra. Casi todas esas fisuras se producen en la zona de contacto entre las enormes placas que constituyen la corteza terrestre. Buena parte del contacto entre placas ocurre bajo el océano Atlántico, en la llamada Dorsal Atlántica, la cordillera donde continuamente se está formando nueva litosfera a base de erupciones.
El vulcanismo de superficie o continental es mucho menos importante que el suboceánico en términos de volumen de magma eyectado, pero mucho más conocido por ser visible y por afectar más directamente a la población humana.
La actividad volcánica ocurre de muy diversas maneras, desde violentas explosiones hasta calmada liberación del magma que conocemos como lava.
Los volcanes “de fisura” están sobre todo asociados a las crestas oceánicas pero también ocurren en superficie y, en algunos casos, con resultados espectaculares o catastróficos. Este tipo de volcanes emiten grandes volúmenes de material muy fluido que se extiende sobre grandes áreas. Sucesivas erupciones llegan a dar origen a enormes mesetas. Cuando esto ocurre bajo el mar, esas mesetas crecen en extensión y altura hasta que la cantidad de material acumulada es tanta que llega a emerger sobre la superficie del océano. Así aparece una isla.
Donde mejor pueden observarse volcanes de fisura es en Islandia, un territorio que está a horcajadas sobre la falla atlántica.
La mayoría de la actividad volcánica en superficie se asocia con cráteres más o menos circulares o agrupaciones de cráteres. Hay dos tipos básicos de volcán de este género. El de forma cónica está constituido por materia sólida o tefra cuyo tamaño abarca desde partículas hasta pedruscos. La tefra es eyectada de forma explosiva en una o en sucesivas series de explosiones y cae en la inmediata vecindad del cráter. Un ejemplo típico es el volcán Paricutin de Méjico, originado el 20 de febrero de 1943 y que en seis días construyó un cono de cenizas de 150 metros. Al cabo de un año había alcanzado los 336 metros.
Pero pocos volcanes eyectan solamente tefra y forman un cono. Es más habitual la eyección de lava, de manera que la estructura originada comprende sucesivas capas de tefra y lava. Estos volcanes son llamados compuestos o “estratovolcanes”. A este género pertenecen el Stromboli y el Vesubio en Italia, el Popocatépetl en Méjico, el Cotopaxi en Ecuador, el Kilimanjaro en Tanzania o el Fuji en Japón. Muchos volcanes de forma cónica suelen tener un gran cráter central, pero eso no excluye que haya otros cráteres alrededor, en sus flancos.
Otro tipo de volcán es el llamado volcán “de escudo”. Éste alcanza un gran tamaño, con decenas de kilómetros de diámetro y suaves pendientes, no mayores del 12%. La estructura está constituida generalmente por centenares de flujos de fluido, de lava basáltica. Es el tipo habitual en las islas Hawaii, donde el Mauna Loa es bastante reciente. En Europa, el más conocido volcán de escudo es el siciliano Etna.
Pero volvamos a Islandia. El magma y los gases existentes bajo la capa exterior de la tierra, la litosfera, aprovechan las zonas más débiles para romperla y alcanzar la superficie. Las debilidades de la litosfera están, sobre todo, en las fronteras entre las placas tectónicas. Ahí es donde tiene lugar el vulcanismo.
El fenómeno de la separación de las placas continentales empezó en el norte del Atlántico hace 150 millones de años y en el sur hace 90. La divergencia o progresivo alejamiento entre las placas continentales de Eurasia y América, que se produce en la llamada cordillera o cresta subatlántica, dio lugar a los procesos volcánicos causantes de la formación de las islas de Azores, Bermudas, Madeira, Canarias, Ascensión, Santa Helena, Tristan da Cunha y otras.
Islandia es la mayor de todas estas islas ya que el vulcanismo aquí es mucho más intenso que en cualquier otra parte. ¿Por qué? Porque bajo Islandia hay un colosal punto caliente sobre el que todo el conjunto se mueve lentamente hacia el noroeste. Dicho de otro modo, en Islandia las placas tectónicas se mueven alejándose entre sí pero al mismo tiempo, los dos sistemas, el Euroasiático y el Americano en conjunto, se van desplazando hacia el noroeste sobre el susodicho punto caliente. Es posible seguir el rastro de lo que fue ocurriendo en la isla durante millones de años porque las placas se han ido moviendo sobre el punto caliente como si fueran planchas de acero desplazándose muy lentamente sobre la poderosa llama fija de un soplete gigante.
Encima del punto caliente hay entre un 20 y un 100% (según zonas) de magma líquido a una profundidad de entre 5 y 20 kilómetros, que suministra material más que suficiente para tantas erupciones como ocurren en la isla. Se ha determinado que, en épocas históricas, ha sido mayor la cantidad de magma expulsada por los volcanes islandeses que el total eyectado por todos los demás volcanes de la tierra.
El punto caliente que hay bajo Islandia está causando erupciones en la zona volcánica del sur, donde se encuentran los sistemas Hekla, Islas Westman, Katla, Eyjafjallajokull, Tindfjöll, el área de Eldjá y Laki y la parte subglacial del Vatnajökull. La zona volcánica se va desplazando gradualmente hacia el sudeste de la isla a medida que lo hace –en términos relativos- el punto caliente. Decimos “en términos relativos”, ya que lo que realmente se desplaza es el conjunto de las placas continentales, es decir, la isla se desplaza hacia el noroeste mientras que el punto caliente permanece en el mismo lugar del interior del globo.
Por eso el sistema de fisura lateral que discurre a través de la península de Snaefellsnes interrumpió su actividad hace unos siete millones de años.
Actualmente, el centro del punto caliente se encuentra bajo el escudo del volcán Trölladyngja, muy cerca de Askjá (entre el glaciar Vatnajökull y el desierto de Sprengisandur), donde la masa de magma alcanza profundidades de 275-375 kilómetros y probablemente se alarga bajo las regiones de los glaciares Vatnajökull y Hofsjökull. El mayor volcán y la mayor caldera de Islandia están probablemente bajo la cima del glaciar Hofsjökull.
En profundidades del orden de sólo diez kilómetros bajo las zonas volcánicas (el graben) hay depósitos de magma con un 100% de lava líquida y con volúmenes de entre 100-1000 km³. Estos depósitos alimentan pequeñas cámaras de magma que están a poca profundidad. La forma de los depósitos suele ser evidente en la superficie, tal como ocurre en el sistema Krafla (cerca del Lago Mývatn). El volcán Krafla está situado tres kilómetros por encima del depósito de magma, pero tiene una cámara a solo 700 metros de profundidad.
El Monte Hekla no tiene cámara de magma pero el depósito de magma que hay bajo el sistema se estima que está a ocho kilómetros de profundidad y tiene unos cuarenta kilómetros de longitud.
Generalmente, las cámaras de magma tienen un volumen equivalente al 10% del tamaño de los grandes depósitos inferiores. Cuando el sistema Krafla entra en erupción, la cámara de magma es la que lo alimenta. Pero las erupciones del sistema Gjastykki, más al norte, son alimentadas directamente por los depósitos profundos.
Islandia empezó a emerger del océano hace sólo dieciséis millones de años. Aproximadamente el 10% de la estructura de Islandia consiste en riolitas, dasitas y otras formaciones rocosas ácidas. El tipo más común de basalto es la toelita, que se divide en muchos subtipos. La edad de los estratos basálticos, de oeste a este, es de 16 a 10 millones de años. Ocho sistemas centrales de volcanes son reconocibles por la coloración pálida de las rocas ígneas (gabbro).
Conclusión metafísica
Esta entrada se escribe dos meses antes de que iniciemos nuestro segundo -y esperemos que prolongado- viaje a Islandia. Vista la actividad actual del volcán Eyafjalla y las previsiones acerca de una larga duración y al posible despertar de su vecino y temible Katla, hay dos personas -entre las cuatro que planeamos la visita-, que temen ir en avión y regresar volando en estado gaseoso y con textura de ceniza. Para ellos va esta reflexión de Michael Crichton:
“Hace tres mil millones de años, la atmósfera de la tierra era absolutamente incompatible con la vida que hoy conocemos. Cuando apareció el primer oxígeno en la tierra como un desecho de ciertos microorganismos primitivos, el resto de las incipientes formas de vida entró en crisis. Aquellos microorganismos vegetales iban polucionando el entorno al exhalar un gas tal letal como era el oxígeno. Pero aquellas otras formas de vida que entonces empezaban a existir, supieron cuidar de sí mismas.
Hace poco más de cien años no teníamos automóviles ni aviones ni ordenadores ni vacunas. El mundo del siglo XIX era muy diferente del actual, según nuestra percepción. Pero, para la tierra, unos cientos de años no significan nada. Y un millón de años tampoco significa nada. El planeta vive y respira a una escala mucho mayor. No podemos concebir sus lentos pero infinitamente poderosos ritmos y carecemos de la suficiente humildad para intentarlo. El tiempo durante el que la especie humana es inquilina de la tierra apenas significa un parpadeo. Si mañana desaparecemos, la tierra no nos echará de menos”.
(Y nosotros tampoco).
Nota: los gráficos fueron tomados del diario EL MUNDO, suplemento EUREKA, de 25 de abril de 2010. Los textos se basan en diversas publicaciones consultadas por internet.
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